Defender la empresa y la propiedad privada es el primer deber- dijo el general Ramón Genaro Díaz Bessone, ministro de Planeamiento de la dictadura, en octubre de 1977, en los salones de la Bolsa de Comercio de Rosario, mientras los dueños de casi todas las cosas aplaudían la declaración pública del ADN del golpe del 24 de marzo de un año antes.
Nada de patria ni heroísmo: empresa y propiedad privada era el primer deber de los herederos de San Martín aquel que juró jamás desenvainar su espada para derramar sangre de hermanos.
Para lograr aquel “primer deber”, las fuerzas armadas y de seguridad, títeres macabros del poder económico, los verdaderos titiriteros; desaparecieron 30 mil personas en la Argentina. La mayoría de ellos -en casi un ochenta por ciento- trabajadores; la mayoría de ellos -en casi un setenta por ciento- jóvenes menores de treinta años. Las cifras son claras. Mataron para robar. Aniquilaron para construir una sociedad obediente que no discutiera los deseos de la empresa y la propiedad privada. Sangre y dinero, la síntesis del sistema.
Y una cifra más: entre 1975 y 1983, la deuda externa aumentó en 35 mil millones de dólares. Si se cruzan esos números con la cantidad de desaparecidos, aparece una revelación: por cada luminosa vida de una joven, de un joven trabajador con ideas revolucionarias, los proveedores de la muerte le dejaron una factura a la sociedad argentina de más de un millón de dólares por cada una de esas existencias solidarias y comprometidas. Mataron para robar.
Pero, ¿cómo eran aquellos pibes, aquellas muchachas? leer completo en Agencia de noticias Pelota de Trapo
Nada de patria ni heroísmo: empresa y propiedad privada era el primer deber de los herederos de San Martín aquel que juró jamás desenvainar su espada para derramar sangre de hermanos.
Para lograr aquel “primer deber”, las fuerzas armadas y de seguridad, títeres macabros del poder económico, los verdaderos titiriteros; desaparecieron 30 mil personas en la Argentina. La mayoría de ellos -en casi un ochenta por ciento- trabajadores; la mayoría de ellos -en casi un setenta por ciento- jóvenes menores de treinta años. Las cifras son claras. Mataron para robar. Aniquilaron para construir una sociedad obediente que no discutiera los deseos de la empresa y la propiedad privada. Sangre y dinero, la síntesis del sistema.
Y una cifra más: entre 1975 y 1983, la deuda externa aumentó en 35 mil millones de dólares. Si se cruzan esos números con la cantidad de desaparecidos, aparece una revelación: por cada luminosa vida de una joven, de un joven trabajador con ideas revolucionarias, los proveedores de la muerte le dejaron una factura a la sociedad argentina de más de un millón de dólares por cada una de esas existencias solidarias y comprometidas. Mataron para robar.
Pero, ¿cómo eran aquellos pibes, aquellas muchachas? leer completo en Agencia de noticias Pelota de Trapo