En agosto de 2009, la presidenta lanzó lo que llamó un megaplan para resistir al avance de la crisis y frenar la caída en la generación de empleo. Cristina Fernández habló de “inequidad social” y de respeto a los “sectores más vulnerables”. Y una vez más, como tantas, a lo largo de la historia y de las décadas se volvió a decretar el QEPD para el clientelismo político asegurando la transparencia de un sistema de cooperativas que quedó reconcentrado en el conurbano bonaerense. Y no en cualquier año. En el año previo de trabajo a las elecciones presidenciales de 2011. Después de todo, el conurbano aglutina en sus entrañas los paradigmas más cruentos de la perversidad. Resume el arquetipo de la no-justicia y el modelo más macabro para simbolizar la brecha social. Pero además, combina las políticas más descaradas del sojuzgamiento en donde unas cuantas migajas esporádicas suelen ser el pago esclavizante para asegurar la perpetua fidelidad.
...Leonardo P. es el nombre con que aparece el hombre en la crónica del diario La Nación. Dieciséis horas haciendo cola. Para nada, piensa seguramente pero continúa allí. Irse sería renunciar definitivamente a la utopía de lograr algún día tener qué llevar a casa para alimentar a los chicos y alguna vez, quien sabe, comprarles un juguete. Pero el suyo es un nombre más entre el de miles de desocupados que esperan que sus brazos se llenen de trabajo...
Hablan de “comisiones” que exigen los punteros. De hartazgos que se nutren de una violencia estructural que suele ser el germen indispensable del sistema clientelar. Que tiene su caldo de cultivo perfecto en el trauma de origen social que representa el desempleo. En 1930, Sigmund Freud escribió en “El malestar de la cultura” que el trauma social genera “estupor inicial, paulatino embotamiento, anestesia afectiva, narcotización de la sensibilidad...abandono de toda expectativa...y alejamiento de los demás”.