La vigésima Cumbre Iberoamericana celebrada en Mar del Plata los pasados
3 y 4 de diciembre, más allá de presencias y ausencias y de los
entretelones del mundillo diplomático (ésos que, Wikileaks mediante, ya
están dejando de ser entretelones), terminó del modo más previsible: con
una declaración de 57 puntos que se ocupó de bordar los dichos de la
cumbre anterior con los de la cumbre presente y los de la próxima.
“Educación para la inclusión social” fue el lema del encuentro y puede
afirmarse que el texto del final fue tan pero tan inclusivo que no hubo
buen deseo ni objetivo, políticamente correcto, que haya quedado afuera.
Los ministros y funcionarios del Estado, sin creerse que
son estadistas ni tampoco que son soldados de algún gobierno, deberían
limitarse a defender los principios morales de la labor educativa, desde
una perspectiva que sea a la vez nacional, latinoamericana y universal.
Y tendrían que estar más atentos a la película social, a la película
histórica y a esa película por momentos desgarrante, que aún no ha
terminado, de la educación de las nuevas generaciones.
“Las Jefas y Jefes de Estado y de Gobierno -dice el preámbulo-
reiteran el objetivo común de avanzar en la construcción de sociedades
justas, democráticas, participativas y solidarias en el marco de la
cooperación e integración cultural, histórica y educativa (…) valorando
los importantes logros alcanzados en los últimos años en materia de
crecimiento de la cobertura de nuestros sistemas educativos en el nivel
primario, especialmente respecto de una mayor inclusión de sectores
históricamente excluidos y grupos vulnerables, tales como la población
rural, las comunidades de pueblos originarios, los afro-descendientes y
los sectores de menores recursos y personas con discapacidades…”
A la vez, aplicando una fórmula realista inaugurada con los
Objetivos del Milenio (que se van corriendo para adelante, de lustro en
lustro, para posibilitar su cumpliemiento) la Cumbre fijó 2021 como
fecha límite para los nuevos desafíos planteados. Se nos perdonará el
tono escéptico de estas palabras. No significa para nada que descreamos
de la educación, ni de la labor concertada entre países para forjar un
mundo siquiera un poco más vivible y un poco menos amenazante, para los
seres humanos, que éste del presente.
Leemos en el artículo 11 de la declaración la ratificación de uno
de los históricos ODM: “Alcanzar plena alfabetización en todos los
países de la región antes de 2015”. Pero nos preguntamos ¿qué clase de
alfabetización? ¿la alfabetización entendida como dominio de los
rudimentos de la lectura y escritura?
Hoy el alfabeto (el sujeto alfabetizado) de los sistemas educativos
de la mayor parte del mundo es aquel que domina una segunda lengua,
además de la materna. Pero en los países medianamente desarrollados, ya
el alfabeto es un sujeto bilingüe que maneja, además, la tecnología y
las herramientas informáticas. Y en los países completamente
desarrollados, alfabeto es aquel individuo que lee y escribe en su
lengua materna y en una segunda lengua, que domina las herramientas
informáticas y que posee competencias científicas (es decir, que cuenta
con algún saber científico-técnico específico).
Nuevas preguntas: ¿Vamos a esperar hasta 2015 para corregir ese
paradigma de la alfabetización que venimos arrastrando desde el siglo
XIX? ¿Cómo estará el mundo, este mundo vertiginoso del Facebook y de
Wikileaks, para 2015?
Deshacer un lenguaje vago y confuso, que encubre las brechas y la
desigualdad, ya sería un buen primer paso para ponernos en sintonía con
el mundo actual.
El ministro no gana para sustos
“Malos resultados para la educación argentina en una evaluación
internacional”, titula el diario Clarín una nota del martes 7 de
diciembre. “En la prueba PISA realizada a alumnos de 15 años de 65
países, Argentina salió mejor que en 2006, pero quedó atrás de la
mayoría de los países de la región que participaron”, completa. Lo que
el tendencioso encabezamiento no aclara es que la Argentina ya venía
detrás de Chile, de Uruguay, de México, de Colombia y Brasil desde el
traumático comienzo de esta década.
Prestos salieron Eduardo Aragundi -subsecretario de Planeamiento
Educativo de la Nación- y el mismo ministro Alberto Sileoni a resaltar
que había habido un avance notable en el rubro “competencias de lectura”
(uno de los tres que evalúa el PISA) a partir de 2006 y que en realidad
todos los índices están mejorando, con respecto a los de aquel aciago
2001. Por otra parte, Sileoni cuestionó la metodología del Informe PISA y
su aplicabilidad en el país: “la prueba PISA -declaró-, que trabaja
sobre estudiantes de 15 años, no contempla que en Argentina hay once
provincias donde hay chicos de esa edad que están cursando el nivel
primario y hay otros que están en la educación de adultos y no en la
escuela secundaria regular”
Justamente, el Informe PISA, en sus principios metodológicos,
refrendados por los países adheridos, “examina a estudiantes de una
determinada edad y no de un nivel escolar específico”. Además, para ese
cometido, “no se mide el conocimiento escolar como tal, sino la
capacidad de los estudiantes de poder entender y resolver problemas
auténticos a partir de la aplicación de conocimientos de cada una de las
áreas principales”.
Pero la mayor incoherencia de todo esto es haber adherido a la
evaluación global educativa reflejada en el Informe PISA, haber aceptado
un período de prueba (2007/2008) y haber aceptado la evaluación de 2009
para luego decir por boca de un ministro que no estamos conformes con
la metodología o peor aún: que nos molestan los resultados.
Entre la foto y la película
La fotografía fue una gran invento que revolucionó la percepción y
el registro de lo real a fines del siglo XIX. Pero el cine, nacido a
principios del siglo XX, superó a la fotografía en ese aspecto, ya que
capturó la realidad en movimiento. Luego, llegaron la foto en colores,
el cine en tecnicolor, el registro digital y por último esas insomnes
webcams que hoy registran y reproducen en tiempo real millones de
situaciones reales alrededor del mundo. No obstante, hay un concepto que
se mantiene: la foto es un momento preciso, efímero, de alguna
realidad. Y la película tiene la chance de mostrarnos la serie, es
decir, esa secuencia de momentos que nos revela una realidad mayor (o si
se quiere, una verdad).
Cuando hablamos de la Educación pública, para utilizar una metáfora
ferroviaria, hablamos del furgón de cola de una formación que incluye
la política, la economía, las modas, las tendencias y el mismo
desarrollo de la sociedad. Por eso suele decirse, en el ámbito docente,
que la educación es la última que entra en una crisis; pero también es
la última en salir de esa crisis. Y por eso los cambios educativos
exitosos son los cambios y las políticas sostenidos en el tiempo, que
involucran a generaciones enteras.
Finlandia es actualmente, lejos, la vanguardia en la transfromación
educativa mundial, a juzgar por sus reesultados en la evaluación PISA
(es decir, por el puntaje promedio alcanzado en las áreas de lectura,
matemáticas y ciencia).
La Argentina, con gran esfuerzo, gracias a la aplicación de la ley
de financiamiento educativo, ha invertido en ella un 6% de su PBI, en
los últimos seis o siete años, que han servido para pagar salarios
docentes, más que nada, y también para mejorar el equipamiento y la
infraestructura escolar (en ese sentido, lo que ayudó fue el gran
aumento del PBI, fruto del salto en la tecnología agrícola y del alza
del precio de los commodities).
Finlandia dedica a la Educación, desde hace casi dos décadas, un
30% de su PBI. Entonces, los resultados de Finlandia, esa foto de
Finlandia que humilla a muchos otros países, incluso de Europa, es el
resultado de la película finlandesa (es decir, de su política de Estado)
en relación con la Educación.
Hay varias asignaturas pendientes en la educación argentina. Una de
ellas es la formación y calificación de los planteles docentes, en los
distintos niveles. Otra es la generación de contenidos propios y
coherentes para las formidables medios y redes de comunicación hoy
disponibles.
El programa “Conectar Igualdad” del gobierno nacional, que tiene
sus equivalentes en distintos programas provinciales, se propone brindar
la herramienta informática a millones de niños y adolescentes en edad
escolar.
Sin embargo, no se advierte un esfuerzo proporcional, por parte del
Estado, en la formación integral de los maestros y alumnos, que son
quienes deben usar esas herramientas y poner los nuevos contenidos en
circulación.
Capítulo aparte merece la evaluación del contexto social y
económico en el que se juega cada propuesta educativa. De nada vale
suscribir en la Cumbre de Mar del Plata un punto que diga “disminuir las
desigualdades educativas en materia de acceso y calidad de la educación
en todos sus niveles (…) atendiendo al derecho a la igualdad de género,
las diferencias culturales, minorías étnicas, poblaciones originarias,
pueblos indígenas” cuando al mismo tiempo, en la provincia de Formosa, a
los niños Qom y a sus familias se les niega la tierra, se les niega la
lumbre y el pan, se los expulsa y se los asesina.