Desarrollo, pero ¿qué desarrollo?
Cuando el paradigma racionalista engendró un modelo
de desarrollo basado en el crecimiento económico, lo hizo para que perdurase en
el tiempo y se expandiese por todo el espacio posible, o, mejor dicho, útil. ...
...Pero, ¿no sería necesario dejar de hablar de
desarrollo como “el desarrollo”? ¿sería posible que, además de proclamar a los
cuatro vientos la necesidad del autodesarrollo, lo respetáramos de manera
efectiva? ¿tan conveniente es que todo el planeta deba caminar hacia el mismo
lugar y de la misma forma? Criticábamos el desarrollismo de los setenta, que
pervive con fuerza hoy día, porque dividía entre desarrollados y en vías de
desarrollo, entre los que viven en la fecha actual y los que lo hacen como
cincuenta o cien años atrás, entre los que llegaron y los que están por llegar.
Pero, ¿no estamos aplicando el mismo paradigma cuando hablamos de democracia o
de derechos humanos universales, aquellos que proclamaron un grupo de hombres,
adinerados, blancos, occidentales, de mediana edad, en un único punto de la Tierra?
No deberíamos necesitar que nuestros vecinos dejasen que extrajéramos su petróleo barato para poder sobrevivir, que nuestras costas se llenen de cemento y servicios que utilizar para poder obtener beneficios indispensables para la supervivencia, envenenar la tierra para comer alimentos extratempranos, casi atemporales. El intercambio y el enriquecimiento mutuo nada tienen que ver con la dependencia. Y para no caer en ésta cada cuál debe escoger su camino y modelo de desarrollo. Y obligatoriamente no llegaremos al mismo lugar, ni tendremos el mismo proceso. Eso es el autodesarrollo, el desarrollo endógeno, el desarrollo autónomo. Por más que nos cueste aceptar que una nación (que no es siempre un Estado, más bien casi nunca) y que una comunidad (que no es simplemente la suma de individualidades, sino mucho más) tome veredas distintas de las nuestras debemos aceptarlo como su propio proceso. Tendremos que garantizar nuestra supervivencia básica, nuestra forma de alimentarnos, resguardarnos, curarnos, educarnos, relacionarnos con la naturaleza o con la trascendencia, y hacerlo sin conflicto con otras formas de desarrollo, sin dependencias, sin coacciones, sin proselitismos. Es probable que de esta forma las diferencias de lo que hoy llamamos desarrollo no sean importantes, que el consumismo sea desterrado, a favor de un consumo lógico y responsable; que la innovación tecnológica insustancial, del entretenimiento-adormecimiento, decaiga a favor de una tecnología apropiada (hecha propia), adaptada al medio (no universal) y realmente útil para la supervivencia; que las citas para depositar una papeleta partidaria, que poco se diferencia de la otra opción, cada periodo de más de mil días, deje de llamarse participación política, para dar paso a un empoderamiento real de los grupos, las comunidades y las naciones (insisto, que no Estados), que decidan cada paso a dar y el lugar al que se quieren encaminar.
El desarrollo…, ¿qué desarrollo? ¿económico, ecológico, el de la libertad y los derechos humanos,…? ¿el que definimos nosotros, el que definen ellos, el que define no se sabe quién? leer en Suplemento Piuké en Renace
No deberíamos necesitar que nuestros vecinos dejasen que extrajéramos su petróleo barato para poder sobrevivir, que nuestras costas se llenen de cemento y servicios que utilizar para poder obtener beneficios indispensables para la supervivencia, envenenar la tierra para comer alimentos extratempranos, casi atemporales. El intercambio y el enriquecimiento mutuo nada tienen que ver con la dependencia. Y para no caer en ésta cada cuál debe escoger su camino y modelo de desarrollo. Y obligatoriamente no llegaremos al mismo lugar, ni tendremos el mismo proceso. Eso es el autodesarrollo, el desarrollo endógeno, el desarrollo autónomo. Por más que nos cueste aceptar que una nación (que no es siempre un Estado, más bien casi nunca) y que una comunidad (que no es simplemente la suma de individualidades, sino mucho más) tome veredas distintas de las nuestras debemos aceptarlo como su propio proceso. Tendremos que garantizar nuestra supervivencia básica, nuestra forma de alimentarnos, resguardarnos, curarnos, educarnos, relacionarnos con la naturaleza o con la trascendencia, y hacerlo sin conflicto con otras formas de desarrollo, sin dependencias, sin coacciones, sin proselitismos. Es probable que de esta forma las diferencias de lo que hoy llamamos desarrollo no sean importantes, que el consumismo sea desterrado, a favor de un consumo lógico y responsable; que la innovación tecnológica insustancial, del entretenimiento-adormecimiento, decaiga a favor de una tecnología apropiada (hecha propia), adaptada al medio (no universal) y realmente útil para la supervivencia; que las citas para depositar una papeleta partidaria, que poco se diferencia de la otra opción, cada periodo de más de mil días, deje de llamarse participación política, para dar paso a un empoderamiento real de los grupos, las comunidades y las naciones (insisto, que no Estados), que decidan cada paso a dar y el lugar al que se quieren encaminar.
El desarrollo…, ¿qué desarrollo? ¿económico, ecológico, el de la libertad y los derechos humanos,…? ¿el que definimos nosotros, el que definen ellos, el que define no se sabe quién? leer en Suplemento Piuké en Renace