En abril de 2000 la revista La Primera se lanzó a la calle con una tapa desde la cual gritaba contra la inmigración con el sugestivo y paranoico título “La invasión silenciosa”. Una foto de un joven de tez oscura, rasgos duros y cabello crespo ilustraba la nota y para que no quedaran dudas de la línea editorial recurrieron al photoshop y le borraron un diente. Ese morocho, desdentado, pobre y extranjero se convertía en uno de los miles de inmigrantes que venían a la Argentina a robarnos a nosotros, los descendientes de vaya uno a saber qué ilustre estirpe– los puestos de trabajo, a usar nuestros hospitales y escuelas y a delinquir. No hay que explicar el imaginario sobre el cual se montaba el texto: el mismo cóctel de sentido común, racismo e ignorancia que dominó la escena de estos días.
Aquel artículo mereció la condena de muchos comunicadores
bienpensantes, de buena parte del progresismo periodístico y de varios
medios cuya línea de corte era la corrección política. Hubo quienes
minimizaron los efectos de la publicación y estuvo Página/12 que se
ocupó el 9 de abril de 2000 de desarmar una a una las afirmaciones de la
revista. Pero aún no se hablaba de los medios en los medios. La vaca
era, todavía, sagrada.
Mauricio Macri y los oyentes de las radios más escuchadas me
llevaron inevitablemente a aquella tapa. “A diferencia de la inmigración
que soñaron Sarmiento y Alberdi, no vienen de las capitales de Europa.
Llegaron de Bolivia, Perú, Paraguay. Son el sueño hecho realidad de los
ideólogos de la izquierda setentista”, decía la nota de Luis Pazos. Casi
calcado lo que se oía en este presente.
El relato mediático que le cabía a Villa Soldati descansaba sobre la
dicotomía “vecinos” y “ocupas”. No había que hurgar demasiado para
viajar a otro pasado cercano en el cual desde el mismo prejuicio se
colocaba a la “gente” de un lado y a los “piqueteros” del otro. Eran los
días de la 125. Paseé por mis recuerdos y por el archivo. Y llegué a lo
que decían en 2008 los movileros que se mezclaban cómodos entre las
cacerolas. “La gente corre, corre asustada buscando una vía de escape.”
“Escapan porque es gente de clase media alta que sabe que están llegando
los piqueteros”, decía sin filtro y con voz agitada y temblorosa la
cronista de Canal 13 desde la Plaza de Mayo el 25 de marzo de 2008. “La
gente está asustada, se agarra de las manos...” porque “los piqueteros
están avanzando firmes arrasando todo a su paso”.
Iba y volvía de La Primera a TN la misma matriz de paranoia y
racismo. La “invasión silenciosa” se reciclaba en “piqueteros” que a la
Atila “arrasan todo a su paso” y llegaba hasta hoy, cuando la catarata
de calificativos encerró en un estereotipo de vagos, sucios, narcos,
chorros, vivos y feos a toda la inmigración latinoamericana.
Ojos, cabezas y oídos se han abierto como consecuencia del cachetazo
al discurso dominante que significó el debate sobre la Ley de Servicios
de Comunicación Audiovisual. Quizás haya sido por eso que me sonó
distorsionado y obsceno el comentario de aquella misma cronista que se
agitaba en Plaza de Mayo desde, esta vez, la radio del grupo. Decía ella
bien a propósito y con ganas, así, como cuando la ideología dominante
sale por la boca pero también por los poros: “Estoy de acuerdo con que
en la Argentina hay una inmigración desenfrenada. Y me hago cargo de lo
que digo: acá hay inmigración de baja calidad” y agregaba:
“Que se entienda...”.
A las 6 y 25 de la mañana del domingo 12 en que íbamos a celebrar la
democracia y la vigencia de los derechos humanos ella pedía desde Radio
Mitre “que se entienda”, que se entendiera que el valor de una persona
está indicado en su partida de nacimiento y que hay seres humanos de
otra calidad porque nacieron en la parte oscura, mestiza y aindiada de
nuestro continente.
No es espontáneo pero sí es visceral. Hay allí una línea de
conducta. “Que se entienda”, decía ella. Se entendió, le digo yo. Ahora
claro que se entendió.
✱ Periodista de TV Pública y de Radio Nacional. Docente de la UBA.